Historias de eBird—Alan Monroy-Ojeda: eBird, una manera inusual de no perderse

Cuando estás observando aves puede ser fácil “perderse” en la experiencia. Esto suele ser algo bueno, a menos que no puedas encontrar el camino de regreso. Esto es casi lo que sucedió en esta historia de eBird compartida por nuestros socios en aVerAves.

eBird, una manera inusual de no perderse en el bosque buscando quetzales. de Alan Monroy-Ojeda

La mañana había llegado húmeda en el campamento, y las gotas de lluvia nocturna aún escurrían de las hojas y troncos de los árboles. El llamado de un Zorzal Pecho Amarillo en las primeras horas de la mañana me había despertado y puesto de buen humor aún antes de abrir los ojos. A unos tres metros de mi hamaca se encontraba la de la bióloga –y amiga- Alba Ibarra. Al bajar mis pies descalzos pude sentir la tierra negra y la hojarasca húmeda, y al levantar la mirada pude deleitarme con la vista del denso bosque de niebla que nos rodeaba con su exuberante verdor y su apariencia mística.

De manera silenciosa, Alba y yo nos equipamos con nuestras botas, chaquetas y nuestros inseparables binoculares.  Con un saludo corto y amigable, y habiendo iniciado cada quien un listado en la app de eBird, partimos en direcciones opuestas al interior del bosque. La tarde anterior, un equipo de cuatro personas habíamos subido la montaña; el fotógrafo profesional Santiago Gibert y el guardaparques Javier Vázquez completaban el equipo de conservacionistas que íbamos con la misión de buscar, registrar y documentar al elusivo Quetzal Resplandeciente en las montañas del norte de la Reserva de la Biosfera El Triunfo, en Chiapas, México.

Santiago y Javier habían dormido en una meseta más arriba en la montaña, y tal y como nuestro monitoreo estipulaba, cada quien estaría haciendo la búsqueda y documentación de quetzales y sus posibles nidos en áreas separadas de la montaña. Así las cosas, antes del amanecer cada quien ya se encontraba caminando por las laderas y cañadas que dan morada a esta mística ave. El terreno era bastante difícil; los únicos senderos existentes eran aquellos que los tapires habían marcado de tanto transitar por esta zona prístina, y los “dedos” del sol raramente atravesaban el dosel del bosque para tocar la hojarasca del suelo.

Mientras caminaba sigiloso por el monte, mis oídos se encontraban atentos ante cualquier sonido que me indicara la presencia del quetzal. Un silbído largo me señaló la presencia de un Vireón Arlequín buscando insectos entra las bromelias, mientras que otro llamado sonoro me regresó la mirada al suelo para ver como corría un grupito de Codorníces Silbadoras.

Al seguir caminando, mis pasos me llevaron a una meseta con unos árboles enormes de 40m de alto que asemejaban la galera de una catedral. En este punto del bosque, en lo más alto del dosel, un llamado repetitivo atrajo de tajo toda mi atención. Era precisamente el sonido que había estaba buscando; el llamado del quetzal. Me acerqué en silencio, y aunque cada vez la vocalización se podía escuchar más fuerte, aún seguía sin poder ver al portador de dicha voz que se escondía entre el verdor del monte. Me senté y en un momento que me pareció eterno, un quetzal macho adulto saltó al aire haciendo un llamado que sonó más como una risa. Sus largas plumas se extendieron y bailaron como serpientes en el aire. En ese instante, la imagen del Quetzalcoatl1 y “la serpiente emplumada”, tomaron sentido ante mis ojos.

De manera sigilosa seguí a dos machos que vocalizaban y volaban entre las copas de los árboles. Sólo hasta el momento en que volaron atravesando la cañada húmeda fue que paré mi búsqueda.  En ese momento era tal mi grado de fascinación, que no cabía de felicidad.  La euforia del encuentro se iría diluyendo en el momento en que me di cuenta que no sabía en qué parte del bosque estaba. Observé a mi alrededor y no reconocí “el monte”, ni tampoco encontré el sendero que me había llevado hasta ese punto. Por no haber quitado la mirada de los quetzales, había perdido la ruta que habían seguido mis pies.

A ciencia cierta sabía que yendo “tierras abajo” encontraría eventualmente el río, y al seguirlo, encontraría alguna de las fincas cafetaleras con las que trabajamos haciendo proyectos de conservación. Sin embargo, también sabía que una mala dirección me podría llevar por alguna cañada escarpada y peligrosa, o encajonarme en vegetación muy densa que me imposibilitara caminar y donde abundan las nauyacas.

Haciendo uso de mi experiencia como “navegante natural”, guardé la calma, y pensé en todos aquellos elementos del paisaje que me pudieran dar pistas sobre la dirección que tenía que seguir para encontrar el sendero que me llevara de vuelta al campamento. Desgraciadamente, la neblina hacía difuso el paso del sol, por lo que posicionarme con respecto del sol no eran sencillo. Seguir los senderos de los animales me ayudaban en parte, pero me confundía cuando veía las bifurcaciones que los pecaríes marcan en el terreno. Mientras pensaba, inadvertidamente me quedé viendo mi mano y el celular que había sacado de mi mochila. Añadí un par de Chipes Cejas Doradas a mi lista de eBird,

y al instante, me golpeó “emocionalmente” la palabra “¡eureka!”.  Al dar por terminado el listado activo que había venido llenando en la app eBird, pude acceder al botón que me enseñaba el recorrido hecho durante la observación de aves. Por suerte, había cargado antes el mapa satelital que me permitía ver el “transecto” sobre el mapa de vegetación. Tomé una foto de la pantalla e inmediatamente después comencé otro listado y comencé a caminar. Pasados unos 300m, regresé a mi listado y lo di por terminado. Nuevamente, la app me permitió ver el transecto generado. Tomé nuevamente una foto de la pantalla y en seguida fui a comparar las dos fotos. Al hacer una comparación entre ambos transectos pude notar donde me había desviado, donde me encontraba en ese momento, y lo más importante, hacia donde tenía que caminar para regresar a “terrenos conocidos”.

Después de repetir la misma dinámica un par de veces, regresé finalmente a senderos en los que reconocí las marcas de nuestras botas. Observé a mi alrededor y pude encontrar árboles y paisajes familiares que después de unos cuantos kilómetros me llevaron de vuelta al campamento donde me esperaba diligentemente Alba.

Así, después de una jornada en la que la montaña me había regalado el encuentro con los quetzales –los espíritus del bosque-, una aplicación en mi celular y un poco de sentido común me había traído de vuelta al campamento, donde, una vez reunidos los cuatro, intercambiamos nuestras aventuras por el monte.

  1. Deidad Tolteca – Azteca cuyo nombre en náhuatl, Quetzalcóatl significa ‘Serpiente Emplumada’; de quetzal: ‘pluma’; y cōātl: ‘serpiente’. Deidad de la vida, la luz, la fertilidad y el conocimiento, usualmente representado con plumas del Quetzal (Pharomachrus mocinno).